miércoles, 3 de enero de 2007

DOMINGO GUTIERREZ ENTIENDE QUE


EN REPUBLICA DOMINICANA HAY UNA LOCURA INSTITUCIONAL
No se puede abusar de la paciencia del pueblo, porque hasta la belleza cansa
Está claro en que estamos viviendo una real loquera institucional donde los ciudadanos se encuentran que cada día hay un cuento y una incertidumbre que no sabemos hasta donde se pretende llegar.
Necesitamos un conjunto de hombres y mujeres al frente de los asuntos del Estado, que tengan seriedad, responsabilidad, capacidad, honestidad e integridad, en todo el sentido de las palabras.
Para colmo a la fecha, ya entrado el año 2007, no tenemos aún aprobado el Presupuesto de la Nación, que verguenza.

Democracia y política

La palabra democracia proviene de los términos griegos “demos” (pueblo) y “kratia” (gobierno), que significan gobierno del pueblo. Tiene su origen en el siglo V a. C., en las ciudades griegas, especialmente en Atenas, donde alcanza su esplendor con Pericles.
La democracia es la elección directa del Gobierno de un Estado político y de sus poderes públicos por sus ciudadanos mediante su voto responsable en las urnas electorales. Históricamente, la democracia fue considera como un sistema político poco fiable, debido a que los ciudadanos pobres caían en la demagogia y en el extremismo frente a los nobles y ricos. Platón, Aristóteles, Cicerón y Agustín de Hipona eran partidarios del sistema aristocrático, intermedio entre la democracia y la monarquía. Modernamente, en el siglo XIX, Ortega y Gaset, era, también, defensor del mismo.
En el siglo XVIII, la burguesía liberal ciudadana, impulsada por los pensadores Hobbes, Hume, Locke, Montesqueu y Rouseau y por la revolución industrial, se enfrenta a los gobiernos de las monarquías absolutas que habían caído en grandes abusos de poder. Propugnan la democracia liberal bajo los principios de libertad, igualdad y fraternidad, lo que da lugar a la Revolución francesa de 1798 que extingue las monarquías absolutas, y establece aquella en la Nación francesa, bajo un Estado constitucional, aunque limitado por el sufragio censitario y capacitario de los ciudadanos varones mayores de edad, que pagan impuestos o posean un grado de instrucción.
En España, la primera Constitución de 1812 extingue el gobierno de la monarquía absoluta, establece la soberanía en la Nación española, el primer Estado democrático liberal, bajo la forma de la monarquía parlamentaria, y el sufragio censitario de los ciudadanos varones mayores de edad. A partir de la primera guerra mundial por influencia de la ideología marxista, nace la democracia socialista, abanderada por los partidos socialistas frente a la democracia liberal defendida por otros partidos políticos liberales. La Constitución de la II Republica española extiende el sufragio a todos los hombres y mujeres mayores de edad. La actual Constitución española de 1978 constituye a “España como un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, bajo la soberanía del pueblo español y la forma de la monarquía parlamentaria, cuyos diputados del Congreso y del Senado son elegidos por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto”.
La palabra política proviene, asimismo, de los términos griegos “polis” (ciudad) y “politikón, ciudadano, a los que los romanos llaman “civitas” y “cives”. Maurice Duverguer, profesor emérito de la universidad de la Sobona de París, enseña que existen dos interpretaciones de la política. Para unos, “la política es esencialmente una lucha, una contienda que permite asegurar a los individuos y a los grupos que detectan el poder su dominación sobre la sociedad, al mismo tiempo, que la adquisición de las ventajas que se desprenden de ello”. Para otros, “es un esfuerzo para que reine el orden y la justicia, siendo la misión del poder asegurar el interés general y el bien común contra la presión de las reivindicaciones particulares”. Para los primeros, “la política sirve para mantener los privilegios de una minoría sobre la mayoría”. Para los segundos, “es un medio para integración de todos los individuos en la comunidad y crear una ciudad perfecta de la que habla Aristóteles”.
La política es autoritaria cuando es dirigida por un dictador, es aristocrática cuando es por grupo de personas sabias y tecnócratas, y es democrática cuando es por el pueblo o sus verdaderos representantes. Entre las tres clases políticas, sin duda, la mejor es la democrática, por ser la más justa, que debe ser rectamente entendida y aplicada. La política democrática no debe ser una lucha injuriosa y una contienda conflictiva, que sirva a las personas, partidos y coaliciones para conquistar el poder, beneficiarse, dominar la sociedad, imponer sus ideologías, eliminar a sus adversarios políticos, y favorecer a sus militantes, partidarios y amigos.
La política democrática son proyectos reales de orden y de justicia, que aseguran el interés general y el bien común del pueblo contra determinadas presiones injustas e inmorales de ciertos particulares. Nuestros políticos son verdaderos demócratas cuando son capaces de gobernar y ser gobernados honesta y justamente. Un refrán enseña, “el gobernado es como un fabricante de flautas y el gobernante el flautista que las toca”. Para mandar democráticamente hay que ser antes un buen mandado, como persona y como ciudadano. Hay personas que pretenden gobernar un Estado político, una Comunidad autónoma, un Ayuntamiento o acceder a cargos de responsabilidad política, sin poder gobernarse a sí mismos y a su familia o sin saber dirigir una empresa o hacer su trabajo. Estas personas no están en condiciones ni capacitadazas para acceder a dichas responsabilidades.
La Instrucción pastoral de la Conferencia episcopal española, del 23 de noviembre pasado, enseña, “la grandeza de la democracia consiste en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con la igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia”. La democracia política, rectamente entendida, debe ser un servicio a la convivencia, a la libertad, a la justicia y a la igualdad social de un pueblo, de una nación y de una unión de pueblos o naciones.

José Barros Guede. A Coruña, enero del 2007

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